Nunca imaginé lo que me esperaba al llegar a Oaxaca; una experiencia atípica de dos semanas, patrocinada por mi trabajo. La magia comenzó cuando llegué al mercado “20 de noviembre” con sus pasillos llenos de color, el olor a mole y la sonrisa de una señora que vendía el mejor queso oaxaqueño. ¡Quería probarlo todo!
Mi bienvenida a la gastronomía local fue con el famoso “Tejate”; una bebida típica elaborada a base de maíz y cacao puro, servido en un vaso con hielo. Ciertamente tenía mis dudas, pues su apariencia no es muy llamativa, pero al ver la cara de la gente al saborearlo, no me quedó duda que era algo delicioso. Fue tanto el agrado, que decidí comprar el polvo para que todos experimentaran lo mismo que yo.
El siguiente encuentro fue con el famoso “pasillo del humo”, aquí los sabores se aprecian con la vista. Puedes probar diferentes cortes a la leña y ahumados con su inigualable pan de yema, de todos tamaños. Lo mejor fue cuando llegué a las fondas típicas oaxaqueñas, hogar del verdadero mole y donde probé unas tlayudas hechas a mano con tasajo riquísimas; son como tortillas de maíz quebrado de más de 30 centímetros, acompañadas de una variedad inmensa de chapulines salados, enchilados o naturales, molidos o enteros.
Después llegamos al “pasillo del vestido”, la cercanía con las tradiciones sureñas llena de colores sus telas. Blusas, vestidos, zapatos y accesorios, todos desbordando el talento de esta gran comunidad de artistas, que además fueron las mejores sorpresas con las que diariamente recibíamos al grupo con el que trabajé.
Uno de esos días el producto elegido fue la crema de mezcal, proveniente de agave orgánico cosechado a mano, aunque la mejor desde mi perspectiva, fue la de piñón. En otra ocasión les dimos sombreros tejidos, blusas bordadas con el patrón tradicional oaxaqueño para las mujeres y a los señores una guayabera de lino puro.
Para terminar el recorrido gastronómico, existen dos lugares espectaculares. “Casa Oaxaca”, que te recibe con una arquitectura impactante, su fachada con los colores característicos de la región y una terraza inigualable adoquinada de cactus. Al llegar, nos recibió uno de sus reconocidos chefs, quien nos preparó salsas tradicionales. El pavo con mole, las flores de calabaza rellenas y su minuciosa selección de mezcales, acompañados de sales de maguey y chapulines, hacen de este lugar una experiencia llena de características místicas de la región.
El lugar ideal para disfrutar de una cena inolvidable es en “Los Danzantes”, su construcción con más de 4 metros de alto, un patio central con espejo de agua rodeado por la naturaleza y una gran iluminación, acaparan tu atención. Lo recomendado en este restaurante es ordenar al centro para compartir y degustar las diferentes variedades de platillos típicos, logrando una sinergia perfecta entre lo típico y gourmet. Desde mi perspectiva son imperdibles: el chilorio de pato, las tostadas de pulpo y las dobladitas de hongos silvestres con tortillas hechas a mano.
Oaxaca es un lugar especial no solo por su gastronomía única y colorida identidad, de calles resplandecientes y bellas construcciones antiguas, sino porque es un ejemplo en la preservación de su esencia y tradiciones. Una de ellas es el desfile Calenda; en éste participan las “chinas oaxaqueñas”, quienes portan trajes típicos de gala y canastas llenas de flores, mientras realizan bailes tradicionales.
Durante el recorrido, no pueden dejar de visitar el templo de Santo Domingo, ubicado en el centro de la capital; es la iglesia más icónica del lugar, su construcción data de 1570 y su estilo ha sido descrito como barroco mexicano. Otro lugar típico para visitar es el Jardín Etnobotánico con cactus de más de 3 metros de altura y especies exóticas endémicas.
Para conocer las nuevas tendencias aplicadas a las tradiciones de la ciudad está el Museo Textil de Oaxaca, donde se localizan intervenciones de artistas modernos y piezas únicas hechas a mano, así como el MACO, un museo ubicado en la Casa Cortez, que posee una hermosa fachada con tres patios interiores y sus más de 10 salas de exposición con piezas temporales y permanentes de artistas plásticos, en las que destaca la obra de Rufina Tamayo.
A 20 minutos del centro de la ciudad se encuentra Monte Albán, la antigua Capital Zapoteca y una de las ruinas más importantes de nuestro país; es impresionante ver desde las alturas lo imponente de sus construcciones e imaginar cómo es que funcionaba una ciudad hace 500 años. Conocer un lugar tan mágico y la oportunidad que recibí de transmitirlo a un grupo de más de 200 personas, hizo que Oaxaca se convirtiera en un lugar muy especial al que siempre quisiera regresar.
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