Por Leonor Tornero Rueda 

Fotografía Arturo Perezequera 

Salmantino por adopción, Rafael Ascencio Padilla es originario de Arandas Jalisco. Su primer contacto con el trabajo fua a los 5 años desquilatando la siembra junto a su padre, quien al poco tiempo falleció, obligándolos a migrar a la ciudad de León, donde no tardó en demostrar su gran habilidad para las ventas, apoyando a su madre para soportar la economía familiar: “Vivíamos a la salida a San Francisco, mi madre hacía las tortillas y yo me iba a repartirlas hasta la colonia industrial y al centro”, recordó.

Mientras tanto, su madre logró colocarse en una fábrica de mezclilla, propiedad de Don Manuel Álvarez, un personaje con gran significado en la vida de Rafael, pues fue quien salvó su vida, tras un accidente donde estuvo a punto de perder las piernas: “Se salió una puerca a la calle y al salir a meterla, me atropelló un carro, me quebró las piernas y me golpeó la cabeza; me llevaron al hospital y le mandaron decir a mi mamá que fuera a firmar unos papeles porque me iban a cortar las piernas para poder salvarme la vida; en ese tiempo no había penicilina, ni antibióticos, te curaban con yodo y mertiolate, me dolía muchísimo. Don Manuel Álvarez mandó a que me sacaran del hospital y me llevaron al Sanatorio Aranda de la Parra, donde estuve un año y seis meses”, explicó. 

Al año de su hospitalización, el señor Álvarez informó a la familia que ya no podía continuar apoyando a Rafael, situación que llegó a oídos de los dueños del sanatorio, Raúl y Alberto Aranda de la Parra, quienes no dudaron en hacerse cargo de su paciente los seis meses restantes del tratamiento. El día anhelado llegó y de regreso a casa, ya recuperado, emprendió su primer negocio como comerciante, sin saber que a futuro dicha actividad se convertiría en la piedra angular de su patrimonio: “Fui al centro con un señor que tenía una tienda, le dije que, si me fiaba mercancía para llenar un cajón y vender alrededor del jardín; me fio 18 pesos de dulces, chicles, chocolates y pastillas, caminaba mucho y me cansaba de andar con el cajón”, explicó. 

Durante sus recorridos por el jardín, Ascencio Padilla decidió pedirle al administrador de plazas que fuera su padrino de confirmación, una estrategia que impactó favorablemente sus ganancias, pues como ahijado dejó de pagar la cuota que le pedían, lo que le permitió generar un ahorro y comprar una cómoda que instaló en el Portal Padilla: “El señor de la lotería me ofreció billetes para vender, en ese tiempo el premio mayor era de medio millón de pesos; me gustaba ir al cine los viernes, era dos por uno en el cine Hernán y en el cine Ideal, cuando veía que una persona iba sola, le pedía que me dejara entrar”, comentó.  

En una de esas idas al cine, su madre apareció muy emocionada para decirle que había vendido el premio mayor, Rafael salió presuroso a buscar a los señores que le habían comprado, entre ellos, un viajero de zapatos brillantes, hospedado en el Hotel México, que en agradecimiento le regaló 200 pesos, los cuales reinvirtió en su negocio abriendo su primer tienda física en casa de su mamá: “Mandé a hacer anaqueles y abrí una ventana para despachar por ahí, le puse de nombre ‘La Chiripa’ “, recordó.

Posteriormente, una de sus hermanas decidió irse a buscar mejor vida a Ciudad Juárez, llamando la atención de Rafael, quien decidió comprar un boleto de tren y alcanzarla. Llegó a trabajar en una lechería donde ganaba 30 pesos a la semana por lavar botes de leche. 

“Sacamos el pasaporte familiar, tenía como 17 años, me mandé a hacer tres trajes y conseguí trabajo en El Paso, Texas, en la lechería Borden. Compré mi primer carro, que costó 600 pesos, me enseñé a manejar y me fui a Chicago con un amigo, ahí trabajé en el ferrocarril, calzando y arreglando los rieles de la vía del tren”, explicó. 

Después de un tiempo, decidió irse a probar suerte a Los Ángeles, trabajando en la industria de la construcción y posteriormente como mesero en un restaurante: “Mi mamá y mi hermana se las vieron muy duras y fui a Tijuana por ellas, les conseguí trabajo, pero un día a mi hermana la agarró migración y regresaron a México; me fui en mi carro hasta León a buscarlas, pero los vecinos me dijeron que se habían ido a Salamanca”, recordó. 

Luego de permanecer un tiempo con su familia, Rafael regresó a Estados Unidos donde se dedicó a trabajar y ahorrar dinero, pero llegó el día en que su destino se haría presente y tras ser detenido por migración, fue deportado a México. La brújula marcó Salamanca y a su llegada invirtió sus ahorros en el terreno que hoy es su casa, en este espacio, construyó unos gallineros, vendía huevo y el resto del predio lo sembraba con maíz y trigo. 

“Se batallaba mucho para vender el huevo y fui a una tienda que se llamaba el Lirio, llegó un señor a ofrecer una caseta dentro del mercado, en mil pesos, pero yo no tenía el dinero; traía una pistola que compré en Estados Unidos y se la di a cambio de la caseta, pedí crédito al señor Luis Rizo, le compré 800 pesos de mercancía y empecé a vender”, explicó. 

Su siguiente objetivo, se encontraba frente al mercado, hoy Plazoleta Hidalgo, las oficinas de Bancomer, un espacio que llamó su atención desde el primer momento y donde su suerte una vez más se hizo presente, pues al poco tiempo, el banco las desocupó y pudo rentarlas para lo que fue su primera tienda en Salamanca, “La Vía Segura”. 

“Le dije a mi mamá que quería casarme, me dijo que en Jalisco había mujeres muy bonitas, pasamos a Degollado, nos paramos en el jardín y vimos pasar a una muchacha muy bonita, vestida con su blusa blanca y falda negra, era domingo, me acerqué y le dije que quería platicar con ella, al día siguiente volví, tenía todas las cualidades, fue reina de Degollado, le dije que quería casarme con ella, nos casamos un 6 de noviembre de 1961”, platicó. 

Para Rafael fue una época inolvidable, había encontrado una buena mujer con quien compartir su vida, su negocio prosperaba gracias al tipo de servicio que ofrecía, un reflejo de todo lo aprendido en Estados Unidos: “Era un sistema de supermercado, en unas cajitas de cartón poníamos lo que querían y la recorríamos con la cajera, en una sumadora hacía la cuenta, el cliente no agarraba la mercancía”, explicó. 

La cereza del pastel llegó con la noticia de haber sido elegido distribuidor oficial de azúcar en Salamanca, un hecho que impulsó su economía, permitiéndole abrir el “Super Salamanca”, ubicado en el Jardín Principal de la Constitución, donde a la par incursionó en la industria restaurantera con la apertura del “Restaurante Plaza” y años más tarde, abrió una sucursal más, del “Super Salamanca” sobre el hoy Boulevard Clouthier. 

En 1979 sufrió la pérdida de su hijo mayor, una situación lamentable que vino a poner un alto en su vida y en sus negocios: “Cuando mi hijo murió , cerré inmediatamente la tienda de La Vía Segura, para qué quiero dinero si no voy a tener hijos”, explicó. 

Rafael Ascencio Padilla ha sido un hombre de trabajo, que siempre se ha caracterizado por ser una persona positiva y que supo aprovechar las oportunidades que la vida puso en su camino; su gran visión y disciplina, lo llevaron a ser un referente del sector comercial en Salamanca, logrando cumplir sus sueños de infancia.. 

Esposa: Hermila Rueda Huerta. 

Hijos: Víctor, Hermila, Gabriela y Fernando Ascencio Rueda. 

Padres: José María Ascencio y María Trinidad Padilla. 

Frases: “Todas las respuestas las vas a encontrar en la Biblia, es un manual de vida”. “En los libros está el dinero”. “Pide sabiduría a Dios y piensa bien antes de actuar, nadie puede predecir el futuro”. 

Personajes: John D. Rockefeller y Henry Ford. 

 

 

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