Por Kena Ángeles Palos
El año nuevo está próximo a llegar, aunque para mí, el año nuevo comienza a partir de mi cumpleaños, la realidad es que solo son fechas que marcan acontecimientos que recordar. Un ejemplo es el 8 de marzo, que conmemora el Día Internacional de la Mujer y en el que erróneamente nos felicitan, pues no es un día para celebrar, si no para recordar la lucha de las mujeres por el respeto a sus derechos políticos, sociales, económicos y humanos.
Lo que sí debemos celebrar todos los días es la vida y el importante papel que como mujeres tenemos en la sociedad y en nuestras familias, mismo que muchas veces implica adoptar roles impuestos por ser “bien vistos” a los ojos de los demás y que sobre la marcha vamos dominando, hasta llegar el día en que nos preguntamos, ¿y cómo le hice?
Esa es la historia que hoy quiero compartirles. A punto de finalizar el año, me encuentro echando un vistazo a mi pasado y recuerdo cuando trabajé en CDMX. Llegué de 26 años a la
gran televisora del IPN donde cree un área nueva de Comunicación. En esta primera etapa de Canal Once mis compañeras, compañeros y yo, sufrimos discriminación por el simple hecho de
ser “pueblerinos”; una etiqueta que se pone a todo aquel que es originario de provincia, sin embargo, nuestro profesionalismo, ingenio y creatividad nos llevó a trascender en la “Gran
Ciudad” y emisora del Casco de Santo Tomás.
Convertirme en mamá, es el mejor regalo que Dios me pudo dar. Experimenté el amor más puro e incondicional que jamás había sentido. Cuando compartes esta experiencia en
pareja y se reparten responsabilidades tanto de crianza, como económica, todo es más sencillo, pero cuando se da una separación, la mayoría de las veces, somos las mamás las que nos
entregamos 24/7.
Mi primer año no fue fácil. Después de una dinámica familiar de tres, verme sola con mi hija, fue como si mi mundo se derribará. Me partía en dos o tres, a veces hasta cuatro para cumplir mis roles, como directora, madre de familia y ama de casa, procurando siempre un espacio para estar en paz conmigo misma. No sé de dónde saqué fuerza.
El amor de mi pequeña, mi familia y amigas, siempre ha sido mi gran impulso, son mi red de apoyo. Recuerdo las conversaciones telefónicas con mamá y papá, constantemente me decían: “regrésate a Salamanca”, mi respuesta siempre fue “estamos bien y vamos a salir adelante, si Dios decide que es para nuestro bien, regresaremos”. Y ¡voilà!, aquí estamos.
A 16 años de distancia, estoy aquí sentada escribiendo para ustedes, a cargo de un equipo de colaboradores de diferentes edades que se han vuelto mi familia, con mi hija ya en universidad, disfrutando de tener a mis padres, preguntándome de nuevo ¿y cómo le hice?
A lo que me respondo: “lo hice como muchas mujeres lo hacen, las mujeres que en primer lugar se aman así mismas, las que construyen una sociedad con amor y valores, justa e igualitaria; las que son libres de realizarse profesionalmente, las que se caen, se levantan y demuestran sin temor alguno lo que piensan y sienten.”
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