Por Valeria Arroyo
La familia como célula principal de la sociedad y las escuelas, se encuentran orientadas a estimular la conquista de los derechos humanos, mediante el buen trato, la búsqueda del conocimiento, la libre expresión y escucha entre sus miembros
He observado que, en ocasiones cuando los niños expresan sus opiniones o decisiones, son reprendidos. Por ejemplo, “dale a tu tía un beso” y si el niño responde “no”, la respuesta inmediata es “no seas grosero, dale un beso a tu tía”, viéndose obligado a hacer algo en contra de su voluntad. Pretender que este niño ejerza su derecho a expresarse libremente en su etapa adulta, será un tema complicado si en la infancia su poder de decisión en lugar de ser desarrollado, fue limitado o ignorado.
Vivimos en un tiempo donde hablamos constantemente de respeto, derechos humanos, cambio de mentalidad y sociedad. Como sociedad, nos proponemos un cambio cultural que inicia desde el entorno familiar, pero, ¿cómo realizamos un cambio cultural (social) cuando desde la familia, se decidió ignorar y reprender el pensar, sentir y actuar de uno de los agentes de cambio más importantes (infante)?
Con esta perspectiva, la educación familiar y escolar, que forman la educación social, deben estar orientadas a preparar a los niños para el ejercicio responsable y ético de sus derechos, lo cual requiere, encender el pensamiento crítico para cuestionar aspectos vitales de su vida en familia y sociedad.
Al cultivar el pensamiento crítico, se activa el asombro, la curiosidad y la capacidad de investigación, para elaborar juicios basados en hechos. Esos juicios, son la fuente última de decisión sobre lo que es correcto e incorrecto, desde la conciencia individual. Así la sociedad forma una armonía basada en los intereses entre individuos, donde cada persona tiene un lugar para ser escuchado, participar y generar un sentido de pertenencia.
Por ello es importante que en la infancia, desde la familia y escuela, se construya una comunidad donde el menor se sienta seguro de expresarse, escuchar e indagar otros puntos de vista, para así llevar a cabo una práctica democrática, que garantice el desarrollo pleno de sus habilidades.
Los niños y jóvenes son capaces de colaborar y cooperar para construir la democracia, siempre y cuando cuenten con espacios donde indagar, investigar, escuchar y recibir lo que otros tienen para decir, dar su opinión y respetar el contexto de cada individuo, proporcionándoles sentido y pertenencia, a pesar de las diferencias.
Así es cómo se construye la verdadera democracia.
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